La dama del puente

Todas las mañanas la veo. Una mujer de unos 35 años, parada sobre ese puente de madera. La veo y la saludo mientras cruzo con mi bicicleta. No se nada de ella, ni siquiera su nombre. Voy en la bici pensando en ella, hasta llegar a mi trabajo. Ahí dejo de concentrarme en el hermoso fantasma del recuerdo y las matemáticas se vuelven mi día a día. Al salir, vuelvo a pasar por el puente, y la mujer ya no está ahí. Sigo mi camino mientras pienso en ella.

Una mañana de primavera iba paseando, cuando decidí tomar un descanso en un parque. Estaba sentado al lado del empedrado, en el hermoso pasto verde que era como un colchón para mi cuerpo. Ahí de pronto la vi caminar, entonces la saludé. Ella me miró y respondió el saludo de manera formal. Su saludo me congelaba mientras ella seguía su camino.

Esa semana la estuve viendo en el puente sin hacer nada más que estar ahí, como si esperara solo para saludar. Al final decidí pararme y preguntar por su nombre. Me dijo que se llamaba Catherine. Le doy mi nombre y le preguntó por el motivo de estar en ese puente. Ella me comenta que espera a alguien. No pregunto a quien espera, pero me daba la imagen de que esperaba a su amor eterno. De ahí solo me preocupo de acabar la conversación de forma discreta.

Los días pasan y cada día que la veo conozco algo de ella, descubro que le gusta la música y que es una pianista aficionada. Yo le comento mi trabajo, queda fascinada. No conocía gente fuera de mi trabajo que supiera tanto de lo que hago. Ella muestra un genuino interés mientras me escucha hablar. Al final me decido invitarla a un brunch, el cual ella acepta.

El brunch se transformó en una taza de té, y finalmente en una cena. Después de la cena, la lleve a mi casa. Ya estando ahí, la noche se volvió eterna, entre besos y caricias, la noche se volvió mágica. Al día siguiente no la, por lo que supuse que esa noche había sido un error para ella. No la vi durante un tiempo. A pesar de eso, no me sentia mal, pues en mi trabajo me iba excelente, casi terminabamos el proyecto, estaba lleno de ideas locas, y cada vez que estaba haciendo algo, sentía la presencia de ella.

Al final de dos meses terminamos el proyecto y fue aprobado con altas expectativas. Entonces sentí la soledad de nuevo. Unos días después, la volví a ver, en el viejo puente de madera. Me miraba como si un extraño fuese. Yo freno de golpe mi bicicleta y la saludo. Le pregunto sobre donde estaba, y ella me contesta que siempre ha estado conmigo. Yo extrañado, solo la abrazo y beso. Ella al final me susurra: “Soy tu musa, tu inspiración”. Yo la miro y veo como se desvanece de mis brazos.

Al desaparecer, trato de entender si lo que pasó fue un juego de mi mente o de verdad pasó. Llego a una conclusión y decido vivir con ella. Desde entonces siempre la veo en ese puente donde la saludo, platicamos y a veces le invito un brunch esperando que se vuelva algo más.

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